domingo, 31 de mayo de 2015

BRATUMIL KOSTKA










Incitación a la antropofagia

Perdí mi corazón cuando venía
para ofrecértelo en la cena
guisado con especias orientales,
tomates, zanahorias y pimientos,
con dulce contraste de manzana.
Sé que mis otras vísceras las desprecias:
pulmones porque tienen nicotina,
principio de cirrosis en el hígado
y el bazo… ¿qién sería capaz de comerse el bazo
de un mísero infeliz con mala suerte?

He puesto al corazón un alto precio.
Le daré mi fortuna a aquel que lo halle.
No me importa quedarme pobre para siempre
y andar por la existencia como un zombi
carente de razón y sentimientos
si puedo conseguir que me devores
y ser parte de ti hasta que mueras.


Traducción de Alberto Dorado.

Imagen: Francisco de Goya, Caníbales preparando a sus víctimas, hacia 1800.


sábado, 30 de mayo de 2015

SALVATORE RACCIATTI










Solo hay una pregunta que quiero hacer al día,
un día como el de hoy, tranquilo, gris casi,
un día sin color como el presente:
un barco que navega a la deriva.
Una pregunta, solo una pregunta
sin luces y sin sombras, humilde
como un pastor antiguo,
como el árbol inmóvil sobre el cerro.
También podría ser que mi pregunta tenga
la hondura enorme de un tratado
acerca del principio de la vida
o el resplandor del sol que no se apaga.
¿Y si a nadie interesa mi pregunta?
Acaso nadie tenga una respuesta…
Ha venido la noche. Tengo hambre.
Es la hora de cenar y dispondré algo.
Después tú llegarás. Quizás me abraces 
o me hagas la pregunta o la respondas.
Tal vez tus labios digan nada, solo nada,
porque lo que se debe decir es el silencio.
Dejaré la cuestión para otro día.
Acaso la pregunta se me olvide.


Traducción de Alberto Russo.

Imagen: Joseph Bail, Far niente, 1893.


viernes, 29 de mayo de 2015

DIEGO DE SILVA Y MENDOZA










Una, dos, tres estrellas, veinte, ciento,
mil, un millón, millares de millares;
¡válgame Dios, que tienen mis pesares
su retrato en el alto firmamento!

Tú, Norte, siempre firme en un asiento,
a mi fe será bien que te compares;
tú, Bocina, con vueltas circulares.
y todas a un nivel, con mi tormento.

Las estrellas errantes son mis dichas,
las siempre fijas son los males míos,
los luceros los ojos que yo adoro,

las nubes, en su efecto, mis desdichas,
que lloviendo, crecer hacen los ríos,
como yo con las lágrimas que lloro.


Imagen: Charles Piazzi Smyth, The Great Comet of 1843.


jueves, 28 de mayo de 2015

ROSAMUND GROSSMANN










El cuento de Edith, mujer de Lot

¿Estará allí mi casa todavía,
pensó por un momento y se detuvo.
La memoria le trajo el recuerdo de su casa
y un inventario rápido de todo.
Su vestido de novia, la alacena
del salón con los platos y las tazas de su madre,
las bicis de las niñas en el patio,
los huesos de su madre en el garaje
y el gato… ¿Por qué el gato viene ahora
a su frente si siempre andaba fuera?
Cazaba los ratones del vecino
y nunca los de casa, los ratones
que roían el pan y las manzanas,
su libro de cocina babilónica…
No cerró la nevera y las facturas
quedaron sin abrir sobre la mesa,
la ropa sin tender en el barreño,
sin echarle el maíz a las gallinas
 y se dejó los fogones encendidos…
Ahora cae azufre de lo alto.

Mis párpados de sal se cierran. Buenas
noches.


Traducción de Elisabeth Romero O’Connor.

Imagen: John Martin, The Destruction of Sodom and Gomorrah, 1852.



miércoles, 27 de mayo de 2015

BRATUMIL KOSTKA










Cuando estuve muerto

Perdí el certificado de hombre vivo
y nadie me miraba ni me hablaba
puesto que era invisible y podía pasearme
totalmente desnudo entre la gente
sin miedo a ser llevado a una mazmorra.
Y podía cantar a voz en grito
las canciones más tontas sin que alguno
pudiera molestarse, tirar de las orejas
a los niños, llamar imbécil al imbécil
y mirar con descaro a las mujeres.
¿Y qué más puede hacer un muerto entre los vivos?:
todo aquello que pueda imaginarse
con el fin de dejar en evidencia
las ridículas leyes de la vida.

Lo pasaba tan bien que en ocasiones
olvidaba mi nombre y olvidaba
por completo tu nombre y su sonido
no lograba salir de entre mis labios.
Luego me desbordaba la tristeza
al recordar que nunca más podría
ser tu abrigo en invierno ni tu sombra
en las tardes ardientes del verano.


Traducción de Alberto Dorado.

Imagen: James Ensor, La muerte y las máscaras, 1897.