Cuando
estuve muerto
Perdí el certificado de
hombre vivo
y nadie me miraba ni me
hablaba
puesto que era invisible y
podía pasearme
totalmente desnudo entre la
gente
sin miedo a ser llevado a
una mazmorra.
Y podía cantar a voz en
grito
las canciones más tontas sin
que alguno
pudiera molestarse, tirar de
las orejas
a los niños, llamar imbécil
al imbécil
y mirar con descaro a las
mujeres.
¿Y qué más puede hacer un muerto
entre los vivos?:
todo aquello que pueda
imaginarse
con el fin de dejar en
evidencia
las ridículas leyes de la
vida.
Lo pasaba tan bien que en
ocasiones
olvidaba mi nombre y
olvidaba
por completo tu nombre y su
sonido
no lograba salir de entre
mis labios.
Luego me desbordaba la
tristeza
al recordar que nunca más
podría
ser tu abrigo en invierno ni
tu sombra
en las tardes ardientes del
verano.
Traducción de Alberto
Dorado.
Imagen: James Ensor, La
muerte y las máscaras, 1897.
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