No
soy un poeta clásico
Hay días que quisiera ser un
poeta clásico
y componer palabras que
suenen como un gorjeo.
Cualquier poeta clásico
tiene alas
de ruiseñor y escribe su
verso en las mejillas
doradas y redondas de la
luna.
Cuando un clásico escribe
“árbol” sopla un aura
delicada y sus hojas se mueven dejando
un reguero de luz como
cuando tintinean
un millar de pequeñas
campanillas de oro.
Y cuando tararea “agua” son
de cristal las campanas
y su sonido es fresco y
transparente.
Incluso cuando escribe
“Infierno” el fuego
te quema las pestañas y las
fosas nasales
se te llenan de olor a
azufre.
Pero no puedo ser un poeta
clásico
porque no tengo manos ni
religión ni cabeza.
Voy por ahí descabezado,
con una calabaza sobre los
hombros,
sin labios y sin luz,
siempre a oscuras.
Solo puedo escribir cartas
de pésame y recibos
de compraventa, y mis
palabras no despiertan brisas
ni hacen sonar campanas ni
huelen a azufre siquiera.
Son incoloras, inaudibles,
inodoras,
tan invisibles como el sexo
de los ángeles.
Traducción de Valeriano
Pastore.
Imagen: Carl Spitzweg, Der arme Poet, 1839.
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