El
cuento de Lázaro
Ayer llegué a morirme siete
veces
y otras tantas estuve bajo
tierra,
y eso que la mañana fue muy
hermosa
pues en el cielo había otro
cielo todavía
más brillante que el cielo
que solemos.
Como decía, ayer estuve bajo
tierra
escuchando la voz de la raíz
y el topo,
palabras que un humano nunca
logrará comprender. No
importa
porque de nada sirve el
oído, ni la lengua,
y más si sabes que el gusano
que todos poseemos ha de
devorarnos
hasta dejar los huesos
mondos:
una reliquia de nada.
De todas formas ser un
difunto
es cosa seria, aún más de lo
que pensamos.
Pero es más serio el hecho
de resucitar
porque no regresamos al
primer día
sino al momento que dejamos
de ser vivos,
mas con la sensación de
venir de otro país,
de un alejado continente.
Y no recuerdas, pero sabes
que no había graneros ni
montañas,
ni nogales ni rosas ni
lamentos,
ni siquiera un pequeño yo
que llevarte a la boca.
Pero lo más extraordinario
de todo esto
es que cuando regresas no
sientes asombro
alguno por la luz de la
mañana
al deslumbrar tus ojos un
momento.
Y si no te lo crees,
pregúntale a Lázaro.
Traducción de Elisabeth
Romero O’Connor.
Imagen: Rembrandt,
La resurrección de Lázaro, 1630-31.
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