Leyendo
a Gustavo Adolfo Bécquer
Cada ser es la rueda que
conforma
la máquina que mueve el
mundo, el tiempo,
la lluvia y la sequía, los
colores
del cielo en el ocaso, los
enigmas
que alfombran las veredas de
la noche.
Y así la yerba seca de
septiembre,
un lívido cadáver sin
mortaja,
es la mano que alerta del
invierno,
y la oveja que pasta entre
el rastrojo
es la nube que llora en la
tormenta.
El árbol que aparece allá a
lo lejos,
inmóvil como mancha sobre un
lienzo,
no es silencio ni es música,
solo un árbol,
y el gato que dormita en el
alféizar
es árbol que se mira en los
cristales.
Ese hombre que camina con
las manos
perdidas en los pliegues de
su ropa
es la vocal de un grito al
mediodía.
Noviembre es un insecto que
se encierra
en la cámara oculta del
misterio.
Aquel niño que vuelve de la
escuela
agitando sus brazos en el
aire
es la cima cubierta por la
nieve,
y la mujer que charla más
arriba
no es el ave que horada la
mañana…
Yo soy la vieja flecha
abandonada,
disparada al azar en otro
tiempo,
con el astil pudriéndose en
el limo.
Imagen: Joshua Reynolds, Colonel Acland and Lord Sydney, The Archers,
1769.
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