Sin lágrimas que laven mi
pecado,
el seco corazón entre los
labios,
regreso con el alma dolorida
dispuesta a que tu mano
milagrosa
le devuelva el color, la
lozanía.
A bosques donde paces sin
que el miedo
al dardo del montero te
atormente,
a las umbrosas selvas donde
habitas,
desciendo como el agua, gota
a gota,
de forma interminable, en tu
clepsidra.
¿Habré de soportar tanta
demora,
aún no cicatriza aquella
herida?
Sentada entre las brumas del
insomnio
aguardo a que despierte un
nuevo día.
Imagen: Caspar David Friedrich, Gartenterrasse, 1812.
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