Cayó la torre que en el
viento hacían
mis altos pensamientos
castigados,
que yacen por el suelo
derribados,
cuando con sus extremos
competían.
Atrevidos al sol llegar
querían,
y morir en sus rayos
abrasados,
de cuya luz contentos y
engañados,
como la ciega mariposa,
ardían.
¡Oh, siempre aborrecido
desengaño,
amado al procurarte, odioso
al verte,
que en lugar de sanar, abres
la herida!
Plugiera a Dios duraras,
dulce engaño:
que si ha de dar un
desengaño muerte,
mejor es un engaño que da
vida.
Imagen: Laurent de La Hyre,
La caída de Ícaro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario