Una
silla, por ejemplo
Quiero ser una silla, por
ejemplo,
y no un hombre. Las sillas,
desde que nacen,
saben bien para qué sirven:
para que se sienten
hombres, mujeres, niños,
ancianos, gatos…;
y si son viejas sirven de
alimento a la carcoma.
Sirven para subirte y
alcanzar lo que guardaste
en el altillo del armario,
también para dejar algo que
traes en las manos
y algunas cosas más por el
estilo.
Igual sucede con un coche,
una manguera,
un rastrillo, un juguete, un
edificio…
Volvamos a la silla y al ser
humano;
es decir, vuelvo a mí que no
sirvo para nada.
No tengo a nadie que se
siente en mi regazo
ni que se suba a mí para
alcanzar lo inalcanzable.
No sirvo para el viaje ni
para amontonar las hojas
con que el otoño cubre el
suelo.
Tampoco nadie juega conmigo
y conmigo no riega el jardín
nadie,
y nadie me devora, y nadie
me habita
desde que te alejaste calle
abajo para siempre.
Traducción de Daniel Ortega.
Imagen: Fernando Botero, Violín
en una silla, 1999.
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