jueves, 23 de abril de 2015

DANUT DALCA










Una silla, por ejemplo

Quiero ser una silla, por ejemplo,
y no un hombre. Las sillas, desde que nacen,
saben bien para qué sirven: para que se sienten
hombres, mujeres, niños, ancianos, gatos…;
y si son viejas sirven de alimento a la carcoma.
Sirven para subirte y alcanzar lo que guardaste
en el altillo del armario,
también para dejar algo que traes en las manos
y algunas cosas más por el estilo.
Igual sucede con un coche, una manguera,
un rastrillo, un juguete, un edificio…
Volvamos a la silla y al ser humano;
es decir, vuelvo a mí que no sirvo para nada.
No tengo a nadie que se siente en mi regazo
ni que se suba a mí para alcanzar lo inalcanzable.
No sirvo para el viaje ni para amontonar las hojas
con que el otoño cubre el suelo.
Tampoco nadie juega conmigo
y conmigo no riega el jardín nadie,
y nadie me devora, y nadie me habita
desde que te alejaste calle abajo para siempre.


Traducción de Daniel Ortega.

Imagen: Fernando Botero, Violín en una silla, 1999.


No hay comentarios:

Publicar un comentario