sábado, 9 de enero de 2016

SAMUEL TAYLOR COLERIDGE1










El ruiseñor

…Y yo sé de un gran bosque, muy cercano
a un enorme castillo, cuyo dueño
y gran señor no habita ya; por ello
el bosque está cubierto de malezas,
los senderos se quiebran, y la hierba
y los botones de oro cubren todo.
Mas nunca he visto en parte alguna un sitio
como aquel bosque donde vivan tantos
ruiseñores. Ya cerca, ya a lo lejos,
en la maleza o en los copudos árboles,
por todo se contestan y provocan
unos a otros con alegres trinos,
murmullos musicales y gorjeos
–y un piido suave cual ninguno- ,
estremeciendo el aire con tal gracia
que, si cierras los ojos, te parece
que estás en pleno día. En los arbustos
que la luna ilumina, entre las flores
cubiertas de rocío y entreabiertas,
podrás tal vez sobre los tiernos tallos
ver sus ojos brillantes (esos ojos
tan brillantes y abiertos), centelleando
en tanto que, en la sombra, las luciérnagas
encienden sus antorchas amorosas.


Traducción de Ramón de Sangenís.

Imagen: Hugh William, Alpine scene, hacia 1817.


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