Oda
XIII
De
la vida del Cielo
Alma región luciente,
prado de bienandanza, que ni
al hielo
ni con el rayo ardiente
fallece; fértil suelo,
producidor eterno de
consuelo:
de púrpura y de nieve
florida, la cabeza coronado,
y dulces pastos mueve,
sin honda ni cayado,
el Buen Pastor en ti su hato
amado.
Él va, y en pos dichosas
le siguen sus ovejas, do las
pace
con inmortales rosas,
con flor que siempre nace
y cuanto más se goza más
renace.
Y dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya
en la vena
del gozo fiel las baña,
y les da mesa llena,
pastor y pasto él solo, y
suerte buena.
Y de su esfera, cuando
la cumbre toca, altísimo
subido,
el sol, él sesteando,
de su hato ceñido,
con dulce son deleita el
santo oído.
Toca el rabel sonoro,
y el inmortal dulzor al alma
pasa,
con que envilece el oro,
y ardiendo se traspasa
y lanza en aquel bien libre
de tasa.
¡Oh, son! ¡Oh, voz! Siquiera
pequeña parte alguna
descendiese
en mi sentido, y fuera
de sí la alma pusiese
y toda en ti, ¡oh, Amor!, la
convirtiese,
conocería dónde
sesteas, dulce Esposo, y,
desatada
de esta prisión adonde
padece, a tu manada
viviera junta, sin vagar
errada.
Imagen: Thomas Cole, The Good Shepherd, 1848.
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