El cambio
Por años, los muertos
fueron el peso terrible de
su ausencia,
el peso de lo que no se puso
en sus manos.
Rara vez, una aparición
—visión o sueño—
sostenía un instante esa
carga, como quien
se para detrás y brevemente
recibe
el peso de una mochila.
Pero las correas, y el
dolor, seguían ahí—
aunque se puede aprender a
no sentirlas
excepto cuando la memoria
malvada
tira de golpe hacia abajo.
De a poco llega la sensación
de que, por un tiempo, esa
carga fue
lo que de alguna manera necesitabas.
Qué endeble andar sin eso,
suelto,
de acá para allá, chocando
contra lo sólido.
Y después empiezan a volver,
los muertos:
pero ya no como visiones. No
están más
separados, no son visibles,
no.
Son ellos los que ven: por
segundos, minutos,
a veces más, su mirada
desplaza
la del deudo. Ahora mismo,
ese cambio de luz, arpegio
en el arpa del océano—
no es el portador habitual
del peso de la ausencia el
que lo vio, lo percibieron
los que murieron hace mucho,
los que hace mucho están ausentes,
y miran desde nuestros
propios ojos abiertos.
Versión de Sandra Toro.
Imagen: Francois Gerard,
Ossian évoque les fantômes au son de la harpe sur les bords du Lora, hacia
1801.
No hay comentarios:
Publicar un comentario