domingo, 10 de enero de 2016

DENISE LEVERTOV










El cambio             

Por años, los muertos
fueron el peso terrible de su ausencia,
el peso de lo que no se puso en sus manos.
Rara vez, una aparición —visión o sueño—
sostenía un instante esa carga, como quien
se para detrás y brevemente recibe
el peso de una mochila.
Pero las correas, y el dolor, seguían ahí—
aunque se puede aprender a no sentirlas
excepto cuando la memoria malvada
tira de golpe hacia abajo.
De a poco llega la sensación
de que, por un tiempo, esa carga fue
lo que de alguna manera necesitabas.
Qué endeble andar sin eso, suelto,
de acá para allá, chocando contra lo sólido.
Y después empiezan a volver, los muertos:
pero ya no como visiones. No están más
separados, no son visibles, no.
Son ellos los que ven: por segundos, minutos,
a veces más, su mirada desplaza
la del deudo. Ahora mismo,
ese cambio de luz, arpegio
en el arpa del océano—
no es el portador habitual
del peso de la ausencia el que lo vio, lo percibieron
los que murieron hace mucho, los que hace mucho están ausentes,
y miran desde nuestros propios ojos abiertos.


Versión de Sandra Toro.

Imagen: Francois Gerard, Ossian évoque les fantômes au son de la harpe sur les bords du Lora, hacia 1801.



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