Al
faro de Malta
Envuelve al mundo extenso
triste noche;
ronco huracán y borrascosas
nubes
confunden, y tinieblas
impalpables,
el cielo, el mar, la tierra:
y tú invisible, te alzas, en
tu frente
ostentando de fuego una
corona,
cual rey del caos, que
refleja y arde
con luz de paz y vida.
En vano, ronco, el mar alza
sus montes
y revienta a tus pies, do,
rebramante,
creciendo en blanca espuma,
esconde y borra
el abrigo del puerto:
tú, con lengua de fuego, «Aquí
está.., dices,
sin voz hablando al tímido
piloto,
que como a numen bienhechor
te adora
y en ti los ojos clava.
Tiende, apacible noche, el
manto rico,
que céfiro amoroso
desenrolla;
recamado de estrellas y
luceros,
por él rueda la luna;
y entonces tú, de niebla
vaporosa
vestido, dejas ver en formas
vagas
tu cuerpo colosal, y tu
diadema
arde al par de los astros.
Duerme tranquilo el mar;
pérfido, esconde
rocas aleves, áridos
escollos;
falsos señuelos son; lejanas
cumbres
engañan a las naves.
Mas tú, cuyo esplendor todo
lo ofusca,
tú, cuya inmoble posición
indica
el trono de un monarca, eres
su norte;
les adviertes su engaño.
Así de la razón arde la
antorcha,
en medio del furor de las
pasiones;
o de aleves halagos de
fortuna,
a los ojos del alma.
Desque refugio de la airada
suerte,
en esta escasa tierra que
presides,
y grato albergue, el Cielo
bondadoso
me concedió, propicio;
ni una vez sola a mis
pesares busco
dulce olvido, del sueño
entre los brazos,
sin saludarte, y sin tomar
los ojos
a tu espléndida frente.
¡Cuántos, ay, desde el seno
de los mares
al par los tomarán!... Tras
larga ausencia,
unos, que vuelven a su
patria amada,
a sus hijos y esposa.
Otros, prófugos, pobres,
perseguidos,
que asilo buscan, cual
busqué, lejano,
y a quienes que lo hallaron
tu luz dice,
hospitalaria estrella.
Arde, y sirve de norte a los
bajeles
que de mi patria, aunque de
tarde en tarde,
me traen nuevas amargas y
renglones
con lágrimas escritos.
Cuando la vez primera
deslumbraste
mis afligidos ojos, ¡cuál mi
pecho,
destrozado y hundido en
amargura.
palpitó venturoso!
Del Lacio, moribundo, las
riberas
huyendo, inhospitables,
contrastado
del viento y mar entre
ásperos bajíos.
vi tu lumbre divina:
viéronla como yo los
marineros,
y, olvidando los votos y plegarias
que en las sordas tinieblas
se perdían.
«¡Malta, Malta!», gritaron;
y fuiste a nuestros ojos
aureola
que orna la frente de la
santa imagen
en quien busca afanoso
peregrino
la salud y el consuelo.
Jamás te olvidaré, jamás...
Tan sólo
trocara tu esplendor, sin
olvidarlo,
rey de la noche, y de tu
excelsa cumbre
la benéfica llama,
por la llama y los fúlgidos
destellos
que lanza, reflejando al sol
naciente,
el arcángel dorado que
corona
de Córdoba la torre.
Imagen: Ivan Aivazovsky,
Faro de Nápoles, 1842.