Yo vivo de un engaño y otro
engaño
en las horas prolijas de
esta ausencia,
y quiere que le deba mi
paciencia
lo que sí resistiera un
desengaño.
Ahora, ¿qué haré, triste,
que de un daño,
jamás temido, temo la
experiencia,
y no le son engaños
resistencia,
con que yo me defiendo y
acompaño?
Yo moriré, yo moriré sin
duda,
si el mal me acometiere que
sospecho;
mal que no hay pecho humano
que no asombre;
mal que al nombrarlo está mi
lengua muda.
Ved como sufrirá su esencia
el pecho,
si ella sufrir no puede sólo
el nombre.
Imagen: Franz von Stuck, El
beso de la Esfinge, 1895.
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