Cuando abrimos el libro por
la página
donde escribe la noche,
siempre hallamos
un luna redonda y luminosa
que rueda muy despacio por
el cielo
negro. Tal vez alguna
estrella, un punto
pequeño y blanco se dibuje
en el margen.
Nunca hay nubes que anuncien
la tormenta.
Siempre reina el silencio,
tanto
que se puede escuchar en la
distancia
el sordo roce de la rueda
con las losas
oscuras de la negra
travesía.
Y un poco más abajo, en la
parte inferior,
descubriréis la mancha
oscura
de una arboleda, allí
donde la negra tez del cielo
se aclara un poco. Ahí estoy
yo, invisible,
examinando el movimiento
lento de la luna.
“La noche es un relato del
que nacen
relatos más pequeños que
repiten
la voz inagotable de la
canción del mundo.
Tú y yo”, me dice, “somos
los únicos lectores de este
libro
que todavía nadie ha escrito.”
Traducción de Casimiro Ropero.
Imagen: Caspar David Friedrich, Uttewalder Grund, circa 1825.
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