La
montaña
recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
Fray Luis de León
que
tu alta cima sea en este instante
Ararat que me salve del naufragio.
Mercedes Sandoval Reverte
Un día la montaña vino a
casa.
"Déjame entrar",
me dijo suplicante.
"¿Y cómo pasarás por
esta puerta?"
Agachó la cabeza, solo un
poco,
y entró sin responder a mi
pregunta.
Conmigo come y duerme desde
entonces,
si estoy triste, conmigo se
entristece
y se alegra conmigo cuando
río,
y al reír se estremece con
violencia
y rueda por su falda alguna
roca:
ya no queda un cristal en
las ventanas.
No me importa que aquí, en
mi casa, viva
pues me hace compañía y su
coloquio
es siempre interesante y
agradable:
todo lo que ahora sé lo sé
por ella.
Hablamos de la nieve y de
los bosques,
del rico mineral que la
soporta,
de las simas oscuras de su
vientre;
hablamos de la tarde y sus
luceros,
del ciervo, del conejo, de
las águilas,
de la fuente que nace en su
ladera,
del río que refresca y
vivifica
los bordes repujados de su
túnica...
No es cómodo vivir con un
gran monte,
reconozco que a veces es
molesto,
pero todo lo olvido en el
instante
que me coge la mano y me
conduce
hasta su airosa cumbre,
donde ignoro
cuanto soy, donde nada me
concierne,
donde puedo rozar la piel
del cielo.
Imagen: Albert Bierstadt, Storm in the Mountains, hacia 1870.
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