sábado, 13 de junio de 2015

DAVID LÓPEZ GARCÍA










La montaña

                                               recíbeme en tu cumbre,
                                                    recíbeme, que huyo perseguido
                                                    Fray Luis de León


                                               que tu alta cima sea en este instante
                                                    Ararat que me salve del naufragio.
                                                    Mercedes Sandoval Reverte


Un día la montaña vino a casa.
"Déjame entrar", me dijo suplicante.
"¿Y cómo pasarás por esta puerta?"
Agachó la cabeza, solo un poco,
y entró sin responder a mi pregunta.
Conmigo come y duerme desde entonces,
si estoy triste, conmigo se entristece
y se alegra conmigo cuando río,
y al reír se estremece con violencia
y rueda por su falda alguna roca:
ya no queda un cristal en las ventanas.

No me importa que aquí, en mi casa, viva
pues me hace compañía y su coloquio
es siempre interesante y agradable:
todo lo que ahora sé lo sé por ella.
Hablamos de la nieve y de los bosques,
del rico mineral que la soporta,
de las simas oscuras de su vientre;
hablamos de la tarde y sus luceros,
del ciervo, del conejo, de las águilas,
de la fuente que nace en su ladera,
del río que refresca y vivifica
los bordes repujados de su túnica...

No es cómodo vivir con un gran monte,
reconozco que a veces es molesto,
pero todo lo olvido en el instante
que me coge la mano y me conduce
hasta su airosa cumbre, donde ignoro
cuanto soy, donde nada me concierne,
donde puedo rozar la piel del cielo.


Imagen: Albert Bierstadt, Storm in the Mountains, hacia 1870.




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