domingo, 7 de junio de 2015

RANGNVALD NYBORG










Reloj entre la hierba

No quedaba de mí otra cosa que mi pecho
donde latía aún, aunque débilmente,
mi corazón como un reloj gastado,
un corazón sin ojos para ver
que el verano moría.
Cerca de mí lloraba alguien, un rumor leve
como esa fina lluvia que empapa los surcos
que ya no pisarás cuando te duermas.
Siete cuervos posados en las ramas
de un árbol aguardaban a que se parase
el cansado reloj.
Una voz parecida a la agitación del viento
me instaba a levantarme. Luego el cielo
se inflamó y en mi pecho brotaron los verdes
tallos de aquella hierba sobre
la que nos recostábamos antaño.
“Ahora puedes irte”.
Los cuervos ya no estaban.


Traducción de Estanislao Górriz.

Imagen: Caspar David Friedrich, El árbol de los cuervos, hacia 1822.


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