Reloj
entre la hierba
No quedaba de mí otra cosa
que mi pecho
donde latía aún, aunque
débilmente,
mi corazón como un reloj
gastado,
un corazón sin ojos para ver
que el verano moría.
Cerca de mí lloraba alguien,
un rumor leve
como esa fina lluvia que
empapa los surcos
que ya no pisarás cuando te
duermas.
Siete cuervos posados en las
ramas
de un árbol aguardaban a que
se parase
el cansado reloj.
Una voz parecida a la
agitación del viento
me instaba a levantarme.
Luego el cielo
se inflamó y en mi pecho
brotaron los verdes
tallos de aquella hierba
sobre
la que nos recostábamos
antaño.
“Ahora puedes irte”.
Los cuervos ya no estaban.
Traducción de Estanislao
Górriz.
Imagen: Caspar David
Friedrich, El árbol de los cuervos, hacia 1822.
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