martes, 16 de junio de 2015

ROSAMUND GROSSMANN










El cuento del Mar de Tiberíades

Imagina que estás tú sola, tú
sola y el mar como ese monje
de Friedrich. O mejor, tú sola sobre
el mar, andando sobre el agua,
igual que sobre un prado
lleno de hierba que se mueve
al soplo de la brisa suave
de Mayo: verde terciopelo,
verdes ondas, espigas verdes,
verdes murmullos, verde espuma.
Andas sobre las aguas y de cuando
en cuando cantas, cantas mientras miras
el cielo y el camino que se extiende
ante ti, que tus pies descalzos
pisan. Pero al caer la tarde,
mientras el mar se torna
un rosal, montañas de oro, ríos de sangre,
vacilas un instante
y el agua abre su boca para
engullirte y reparas
que no está Jesucristo para darte
ánimos ni su mano o para reprenderte
por tu falta de fe, por vacilar,
por tu temor mezquino y triste.
Y te hundes cada vez más hondo,
más y más hondo, y el silencio
te envuelve para siempre con su manto pálido.


Traducción de Elisabeth Romero O’Connor.

Imagen: Philipp Otto Runge, Pedro camina sobre el agua, 1806.




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