Prohibido
el paso
Llevas no sabes ya cuánto
tiempo
perdido, dando vueltas y más
vueltas
por una carretera extraña.
Despotricas del mapa inservible
y de aquella canción en la
radio
que te distrajo en algún
punto del viaje.
El polvo que a tu paso
levantas
borra lo recorrido cuando
miras
por el retrovisor alarmado e
inquieto.
El aire ardiente quema tu
piel
y el sudor corre por tu
espalda.
Ante ti una llanura eterna,
un infinito sol, ni una
nube.
No se ve árbol ni casa alguna
y los minutos pasan con
flema interminable.
A veces te entran ganas de
detener el coche
pero no puedes, sabes que la
llanura
debe tener un fin y que
alguien te aguarda
en el lugar de tu destino.
Cuando la tarde acaba,
cuando el miedo
se clava poco a poco en el
pecho,
hiriendo la esperanza,
y reclama la ayuda de la
angustia,
has llegado al final de la
llanura
y el camino se interrumpe.
Una puerta herrumbrosa
cierra
la posibilidad de cualquier
viaje.
Un rótulo, legible apenas, advierte:
Está
prohibido el paso terminantemente
a
todo aquel que esté difunto.
Traducción de José Cohen
Domingo.
Imagen: Edward Hopper, Road in Maine, 1914.
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