En
una iglesia napolitana
El pensamiento no nos hace
felices o infelices
como tampoco duele o sana
ese papel donde anoté el
número
de tu teléfono guardado en
mi bolsillo.
Pero si fueses una santa de
estas
que cubren las paredes de
este templo,
que contemplan la Gloria,
los ojos medio en blanco,
vencedoras del mal, mártires
de la fe,
subidas en su trono de nubes
entre cien querubines
-pájaros
de monstruosa cabeza-,
habitantes de un cielo
dorado y luminoso,
una reliquia tuya, un papel
con tu nombre,
con un número mágico,
número que permite que tu
voz resuene
en mi oído cual música
destilada
por la lira de Orfeo, te
aseguro
que el malhumor, la pena, la
melancolía,
la pereza, la envidia, la
rabia,
la soberbia, el silencio, el
hastío,
las llagas que supuran sin
descanso
manchando con su sangre mi
chaqueta,
dejarían de ser enfermedades
malignas, contagiosas,
que me conducen sin remedio
al tenebroso abismo del
sepulcro.
Traducción de Alberto Russo.
Antoon van Dyck, Santa
Rosalia intercede per Palermo colpita dalla peste, 1624.
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