domingo, 2 de agosto de 2015

AURELIO DALMAZZO










En una iglesia napolitana

El pensamiento no nos hace
 felices o infelices
como tampoco duele o sana
ese papel donde anoté el número
de tu teléfono guardado en mi bolsillo.
Pero si fueses una santa de estas
que cubren las paredes de este templo,
que contemplan la Gloria, los ojos medio en blanco,
vencedoras del mal, mártires de la fe,
subidas en su trono de nubes
entre cien querubines -pájaros
de monstruosa cabeza-,
habitantes de un cielo dorado y luminoso,
una reliquia tuya, un papel con tu nombre,
con un número mágico,
número que permite que tu voz resuene
en mi oído cual música destilada
por la lira de Orfeo, te aseguro
que el malhumor, la pena, la melancolía,
la pereza, la envidia, la rabia,
la soberbia, el silencio, el hastío,
las llagas que supuran sin descanso
manchando con su sangre mi chaqueta,
dejarían de ser enfermedades
malignas, contagiosas,
que me conducen sin remedio
al tenebroso abismo del sepulcro.


Traducción de Alberto Russo.

Antoon van Dyck, Santa Rosalia intercede per Palermo colpita dalla peste, 1624.




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