Tiraba rosas el Amor un día
desde una peña a líquido
arroyuelo,
que de un espino trasladó a
su velo
en la sazón que abril las
producía.
Las rosas mansamente
conducía
de risco en risco el agua al
verde suelo
cuando Juana llegó y al puro
hielo
puso los labios de la fuente
fría.
Las rosas, entre perlas y
cristales,
pegáronse a los labios, tan
hermosas,
que afrentaban claveles y
corales.
¡Oh pinturas del cielo
milagrosas!
¿quién vió jamás
transformaciones tales:
beber cristales y volverse
rosas?
Imagen: Lawrence Alma-Tadema, The roses of Heliogabalus (detalle), 1875.
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