XV
No me acuses, te imploro, de
tener
frente a ti tan sereno y
triste el rostro;
que miramos en distinta
dirección, y el mismo sol
no puede a los dos por igual
iluminarnos los ojos.
Tú me miras a mí preocupado
y sin dudas,
como se mira a una abeja
encerrada en un frasco;
pues el dolor me guarda en
el amor divino
y extender las alas para
volar sería
un error imposible, si
atinara
a intentarlo. ¡Pero yo te
miro a ti –a ti—
y junto al amor, veo el
final del amor,
detrás de la memoria oigo el
olvido!
Como quien se sienta y
contempla desde arriba,
más allá de los ríos el mar
amargo.
Versión de Sandra Toro.
Imagen: Juan Llimona, La espera, 1882.
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