Para
mi madre
A veces, cuando llego hasta
tu lado,
después de los saludos y los
besos,
en lugar de charlar de
cualquier cosa,
quisiera recordar aquellos
días
cuando la fresca sombra de
la higuera
del patio figuraba ser el
mundo.
Allí estaban los ríos y las
selvas,
las cimas elevadas de los
montes,
el mar bravío, el campo de
batalla,
los indios en las tierras
del Oeste,
un pueblo pequeñito que era
el pueblo
y la casa reflejo de tu
casa:
las alcobas, el patio, la
cocina:
el centro de tu imperio
prodigioso,
donde yo, la princesa del
hornillo,
imitaba los gestos de la
reina.
¿Recuerdas aquel día en que
Tarzán,
siguiendo a los malvados
cazadores,
de una en otra rama sin
descanso,
perdido el equilibrio fue al
abismo…?
Ahora, en esta tarde de
verano,
mientras la luz se extingue
lentamente,
ayúdame a buscar esa
recóndita
vereda que nos lleve de
regreso
al tiempo aquel, al patio de
mi infancia.
Quiero sentir tus dedos en
mi herida,
su tibia suavidad su roce
leve,
tus labios enjugando con
ternura
el río de las lágrimas, tus
manos
echando de mi frente la
congoja.
Siéntame en tu regazo y en
mi oído
deja dulces palabras de
consuelo,
el verbo milagroso que
restaña,
el sortilegio mágico e
infalible.
Imagen: Grant Wood, Dinner for
Threshers (detalle), 1934.
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