Ni en este monte, este aire,
ni este río
corre fiera, vuela ave, ni
pez nada,
de quien con atención no sea
escuchada
la triste voz del triste
llanto mío;
y aunque en la fuerza sea de
el estío
al viento mi querella
encomendada,
cuando a cada cual de ellos
más le agrada
fresca cueva, árbol verde,
arroyo frío,
a compasión movidos de mi
llanto,
dejan la sombra, el ramo y
la hondura,
cual ya por escuchar el
dulce canto
de aquel que, de Strimón en
la espesura,
los suspendía cien mil
veces. ¡Tanto
puede mi mal y puede su
dulzura!
Imagen: William Blake Richmond, Orpheus returning from the shades, 1885.
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