El poniente, el lucero de la
tarde
y para mí una clara llamada.
Acaso la escollera
no haga gemir al agua,
cuando emprenda
mar adentro mi ruta,
y haya solo el reflujo que
parece dormido,
demasiado turgente para
rumor o espuma,
cuando lo que sorbía del
fondo ilimitado
regresa ya a su centro.
Crepúsculo y campana
vespertina
y luego, ya la noche.
Y acaso ya no haya adioses
doloridos
el día que me embarque,
pues, si de nuestros hitos
del Lugar y del Tiempo
la marea me aparta,
confío, cara a cara, mirar a
mi Piloto,
doblada la escollera.
Traducción de Mariá Manent.
Imagen: Ivan Aivazovsky, El
rescate, 1857.
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