XI.
Música nocturna
A la una aumentó el viento
y con él, el ruido
de los álamos negros.
Hacía tiempo que a los vivos
los habían llevado
por un delgado cordón
hasta su sueño
donde brillaban fanales
bajo un velo quieto
de cascadas.
Hacía tiempo que los muertos
se habían vuelto inofensivos
en el suelo leve.
No había bocas
para beber del viento
ni ojo alguno
que aguzar en el cielo
ancho,
sostén de las estrellas.
Solamente los árboles,
sonoros, altos, sibilantes
se estiraban: los álamos
negros.
Y desde su soledad en llamas
cantaron las estrellas en
sus cuencas toda la noche:
“sopla y que brille, sopla y
que brille
la brasa de este mundo
demorado”.
Versión de Sandra Toro.
Imagen: Gustav Klimt, The Great
Poplar I, 1900.
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