A quien en la ciudad estuvo
largo tiempo
confinado, le es dulce
contemplar la serena
y abierta faz del cielo,
exhalar su plegaria
hacia ese claro azul que nos
sonríe.
¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre,
se hunde fatigado en la
blanda yacija
de la hierba ondulante y lee
una acabada,
una gentil historia de
lánguidos amores?
Si, atardecido, vuelve al
hogar, ya en su oído
la voz de Filomela, y
acechando sus ojos
la fúlgida carrera de una
pequeña nube,
lamenta el deslizarse del
presuroso día,
desvanecido como la lágrima
de un ángel
que cae por el éter claro,
calladamente.
Traducción de Mariá Manent.
Imagen: Lawrence Alma Tadema, Ninety-four
in the Shade, 1876.
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