Deseando
la luna (II)
La luna no. Ser una cabeza
de bronce
habitada por un dios.
Un torso de granito
que dejaron diez años a la
intemperie,
adorado por las nubes que
pasan
pintándolo con sus sombras,
pinceladas de un azul polvoriento.
Entregándoseles en lluvia
infinita.
Ser una nube. Satisfecha con vagabundear,
con disfrutar
el regocijo del cambio desde
adentro, de la disolución,
de llover.
Acostarse en los sueños
de un joven que tiene el
pelo
del color de la caoba.
Versión de Sandra Toro.
Imagen: Donato Creti,
Observación astronómica. La luna, 1711.
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