La
vejez de Ulises
Mientras escupe huesos de
aceituna
se pierde más allá de la
murallas
donde el campo abandona la
verdura
y los montes azules se
convierten
en guiñapos caídos del gran
manto
de este día mendigo y
suplicante.
Nada mueve las sombras ni se
mueve
la luz, solo un zureo de
paloma
colma el lento y monótono
goteo
de las horas que quedan
goteando.
La luz al sur, al norte está
la lluvia,
el este y el oeste son dos
puertas
por donde entran y salen los
viajeros
(“No pierdan los billetes,
dense prisa”).
Nos vamos y venimos y
volvemos
sin que sepamos cuál es el
destino.
Qué claros son los días, qué
severos
los ocasos que llaman a la
noche.
Y las nubes como arcas que
navegan
no encuentran una ruta en el
océano
ni puerto, ni Ararat donde
embarranquen.
Imagen: Mariano Fortuny,
Viejo desnudo al sol, 1871.
Buen poema, amigo David.
ResponderEliminarJosé María
David te da las gracias. Un abrazo.
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