viernes, 23 de octubre de 2015

DAVID LÓPEZ GARCÍA










La vejez de Ulises

Mientras escupe huesos de aceituna
se pierde más allá de la murallas
donde el campo abandona la verdura
y los montes azules se convierten
en guiñapos caídos del gran manto
de este día mendigo y suplicante.
Nada mueve las sombras ni se mueve
la luz, solo un zureo de paloma
colma el lento y monótono goteo
de las horas que quedan goteando.
La luz al sur, al norte está la lluvia,
el este y el oeste son dos puertas
por donde entran y salen los viajeros
(“No pierdan los billetes, dense prisa”).
Nos vamos y venimos y volvemos
sin que sepamos cuál es el destino.
Qué claros son los días, qué severos
los ocasos que llaman a la noche.
Y las nubes como arcas que navegan
no encuentran una ruta en el océano
ni puerto, ni Ararat donde embarranquen.


Imagen: Mariano Fortuny, Viejo desnudo al sol, 1871.


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