Por la mañana chapoteo en un
morado mar de lino.
Por la noche, me envuelvo en
nubes rojas.
Cojo una rama del divino
árbol
y abanico con ella al sol
poniente.
Tendido en una nube recorro
el universo.
Tengo mil años y mi cara
está tersa como el jade.
Ingrávido, flotando en un
mundo muy alto e infinito,
me prosterno y saludo al rey
del cielo.
Me llama a sí y me manda
visitar sus sagrados imperios
y me ofrece un transparente
líquido en una taza de jade.
El ágape ha durado dos mil
años del calendario humano.
¿Para qué tornar ya al país
donde nací?
No: siempre he de seguir al
viento que no cesa,
navegaré sin rumbo y a
placer por el vacío de los cielos.
Traducción de Marcela de
Juan.
Imagen: Hans Thoma, Juni.
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