¡Dime qué dices, mar, qué
dices, dime!
Pero no me lo digas; tus
cantares
son, con el coro de tus
varios mares,
una voz sola que cantando
gime.
Ese mero gemido nos redime
de la letra fatal, y sus
pesares,
bajo el oleaje de nuestros
azares,
el secreto secreto nos
oprime.
La sinrazón de nuestra
suerte abona,
calla la culpa y danos el
castigo;
la vida al que nació no le
perdona;
de esta enorme injusticia sé
testigo,
que así mi canto con tu
canto entona,
y no me digas lo que no te
digo.
Imagen: Ivan Aivazovsky, La
luna y el mar.
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