Mujer
en su ventana
Ella está sumergida en su
ventana
contemplando las brasas del
anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su
destino, definitivamente
inalterable desde ahora
como el mar en un cuadro,
y sin embargo el cielo
continúa pasando con sus
angelicales procesiones.
Ningún pato salvaje
interrumpió su vuelo hacia el oeste;
allá lejos seguirán
floreciendo los ciruelos, blancos, como
si nada,
y alguien en cualquier parte
levantará su casa
sobre el polvo y el humo de
otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca
más.
Por una fisura del corazón
sale un pájaro negro y es la
noche.
-¿O acaso será un dios que
cae agonizando sobre el
mundo?
Pero nadie lo ha visto,
nadie sabe,
ni el que va creyendo que
los lazos rotos nacen
preciosas alas,
los instantáneos nudos del
azar, la inmortal aventura,
aunque cada pisada clausure
con un sello todos los
paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la
condena.
Y ahora ya no es más que una
remota, inmóvil mujer en
su ventana,
la simple arquitectura de la
sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una
frontera, un muro, un silencio,
un adiós,
hubieran sido el verdadero
límite,
el abismo final entre una
mujer y un hombre.
Imagen: Anna Ancher, La habitación roja, 1904.
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