Una
mañana de primavera en Pliego
El sol desgarra el velo de
la niebla
y devuelve a los pinos poco
a poco
el alma que la sombra les
robara.
El aire se despierta y
estremece
su verde cabellera
derramando
el polen de sus flores como
lluvia
que dora mis pestañas y mis
hombros,
la rosa de mis labios sin
aliento,
las huellas de mi pie sobre
el camino.
A veces precisamos de la
lluvia,
del fulgor de una flor en
los balcones,
del arpegio de un ave
navegante,
del abrazo que cierra las
distancias
como apoyo sutil para el
consuelo
que nos saque del miedo y
las tinieblas.
Una lluvia que dore nuestras
almas,
que mitigue el dolor de las
heridas
con el fin de salvarnos la
existencia.
Imagen: Ivan Fedorovich
Choultsé, Ocaso, 1921.
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