XXIII
La
calma después de la tormenta
Pasó ya la tormenta;
los pájaros gorjean; la gallina
ha tornado al camino
y vuelve a cacarear. Sereno
el cielo
surge a Poniente, sobre la
montaña;
despéjanse los campos
y aparece en el valle el
claro río.
Todo pecho se alegra; en
todas partes
renacen los rumores;
el trabajo prosigue.
A contemplar el cielo, el
artesano,
obra en mano cantando,
asómase a la puerta;
sale la joven a coger el
agua
de la reciente lluvia;
repite el verdulero
de camino en camino
el cotidiano grito.
He ahí el sol que retorna y
que sonríe
por pueblos y colinas. Los
balcones
y las terrazas abre la
familia;
en el sendero escúchase a lo
lejos
tintinear de esquilas; cruje
el carro
del viajero que sigue su
camino.
Todo pecho se alegra.
¿Cuándo tan dulce y grata
es como ahora la vida?
Con tanto amor, el hombre,
¿cuándo se da a su estudio,
torna al trabajo, o nueva
cosa emprende?
¿Cuándo se acuerda menos de
sus males?
Placer, de afanes hijo;
vano goce, que es fruto
del pasado temor, donde
temblaba
de espanto ante la muerte
el que odiaba la vida;
donde, en largo tormento,
fría, callada y pálida,
palpitaba la gente,
contemplando
desplomarse sobre ella
viento, rayos y nubes.
Naturaleza afable,
las dádivas son estas,
son estos los deleites
que ofrece al mortal. Salir
de penas
goce es para nosotros.
Penas derramas largamente;
el duelo
espontáneo surge, y los
placeres
que por milagro algunas
veces
nacen de los afanes, son
gran suerte. ¡Humana
prole cara a los dioses!
Feliz casi
si descansar te dejan
de algún dolor; dichosa
si la muerte te cura de
ellos todos.
Traducción de Diego Navarro.
Imagen: Johan Christian Dahl, Stalheim, 1842.
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