Génesis
y le inspiró en el rostro aliento de vida
Génesis, 2-7
Los labios silenciosos están
ciegos
porque pierden la luz de la
palabra,
pues las palabras crean cada
día,
hacen visible el tiempo de
las cosas.
Los labios ciegos, ciegos
los oídos
y los ojos tan ciegos del
que habita
en mundos abismales,
silenciosos.
No hay árbol ni montaña ni
alimento,
no hay manos que acaricien
los sembrados
ni agua que la sed calme,
solo olvido.
Levántate, me dije, pues la
noche
y el silencio acabaron su
regencia.
Es hora de salir al ancho
mundo
para gritar tu nombre sin
reposo,
con tu nombre de oriente al
occidente
en mis labios, del alba
hasta el ocaso.
A la espuma del mar diré tu
nombre,
diré tu nombre a la hoja que
germina,
a los cerrados huertos y a
sus frutos,
al oro de los surcos en
verano,
al barbecho que duerme en el
invierno
y a las aves que emulan a
los ángeles.
Ni el viento ni la lluvia ni
los montes,
ni el valle nemoroso ni los
ríos,
ni el hombre que trabaja ni
el que huelga,
ni aquellos que reposan en
la tierra
olvidarán las letras de tu
nombre
que saldrán de mis labios
como un himno.
Y cada día, amor, diré tu
nombre
con fuerza perdurable,
eternamente
el aliento que sale de mi
boca
te guiará de la nada hasta
mis brazos.
Imagen: Henri Fantin Latour,
L'Aurore et la Nuit, 1894.
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