El
cuento de Rosamund niña
Un día mi padre perdió su
sombrero.
No supo decir dónde lo había
olvidado
y mi madre lloraba a solas en
un rincón de la cocina.
Nunca entendí por qué se le
daba
tanto valor a un objeto tan
viejo y tan feo.
Después de aquello mi madre
me obligaba
a que lo siguiera cuando
salía cada tarde.
Nunca lo seguí. Me quedaba
en el parque observando
el paso majestuoso y azul de
los pavos reales,
hipnotizada por los malignos
ojos de sus plumas.
Eran para mí la materialización
de aquel Oriente
que vivía secretamente en
mis novelas.
Luego mi madre me
preguntaba:
¿Dónde ha ido? Y yo le
respondía:
Al café, con sus amigos,
como siempre.
Un día perdimos a mi padre.
Salió por la mañana para ir
al trabajo y nunca regresó.
Desde entonces no he vuelto
a ver la malévola
pupila que nos contempla
desde el ventalle
azul y verde de los pavos
reales.
Traducción de Elisabeth
Romero O’Connor.
Imagen: Archibald Thorburn, Peacock and peacock butterfly, 1917.
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