sábado, 28 de marzo de 2015

ROSAMUND GROSSMANN











El cuento de Rosamund niña

Un día mi padre perdió su sombrero.
No supo decir dónde lo había olvidado
y mi madre lloraba a solas en un rincón de la cocina.
Nunca entendí por qué se le daba
tanto valor a un objeto tan viejo y tan feo.
Después de aquello mi madre me obligaba
a que lo siguiera cuando salía cada tarde.
Nunca lo seguí. Me quedaba en el parque observando
el paso majestuoso y azul de los pavos reales,
hipnotizada por los malignos ojos de sus plumas.
Eran para mí la materialización de aquel Oriente
que vivía secretamente en mis novelas.
Luego mi madre me preguntaba:
¿Dónde ha ido? Y yo le respondía:
Al café, con sus amigos, como siempre.

Un día perdimos a mi padre.
Salió por la mañana para ir al trabajo y nunca regresó.

Desde entonces no he vuelto a ver la malévola
pupila que nos contempla desde el ventalle
azul y verde de los pavos reales.


Traducción de Elisabeth Romero O’Connor.


Imagen: Archibald Thorburn, Peacock and peacock butterfly, 1917.


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