Un
día de asueto
Le di un día de asueto a mi
amargura,
la vestí con ropa nueva, a
la moda,
le puse unos billetes en el
bolso
y le dije: “Anda, vete de
paseo,
toma el aire, disfruta de la
tarde;
un prolongado encierro es
insalubre”.
Le indiqué que ponían en el
cine
una tragedia cruel sobre la
vida
que le haría morirse a
carcajadas.
“Ya sabes que reír mantiene
joven”,
le dije a amablemente ya en
la puerta.
Miró a su alrededor igual
que el ave
antes de alzar el vuelo y de
perderse
en la inaudible música del
cielo.
La vi que se alejaba por la
calle
en tanto se doraba a fuego
lento
un otoño sin nubes y sin
llanto.
¿Deseo realmente su partida?
¿Puede ser este el fin de
nuestra historia?
Qué triste condición la del
amante
que sabe que el amor un día
se acaba
pues no podrá pedir que le
consigan
el céfiro de abril para
vestirse,
la cinta con que atamos el
silencio,
las palabras que brotan de
la fuente,
la naranja madura de la
aurora,
que el canto del jilguero no
se acabe,
que las nubes se sienten a
su mesa,
que siempre haya una luz
entre la noche…
Solo por un momento te he
olvidado
y han temblado los muros de
la casa.
Imagen: Frida Kahlo, Autorretrato con collar de espinas y colibrí,
1940.
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