viernes, 1 de julio de 2016

SOLVEIG VON SCHOULTZ










Corazón

Le dábamos centeno, no mucho,
lo suficiente para que no se cansase,
un dedal le dábamos de agua
para que tuviese que recordar el manantial,
abríamos la puerta, ligeramente
para que el cielo le golpease el ojo
y fijamos un trozo de espejo en su jaula
para que viese directamente la nube.
Inmóvil permanecía con alas palpitantes.

Así cantaba.



Imagen: Carel Fabritius, El jilguero, 1654.


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