Corazón
Le dábamos centeno, no
mucho,
lo suficiente para que no se
cansase,
un dedal le dábamos de agua
para que tuviese que
recordar el manantial,
abríamos la puerta,
ligeramente
para que el cielo le
golpease el ojo
y fijamos un trozo de espejo
en su jaula
para que viese directamente
la nube.
Inmóvil permanecía con alas
palpitantes.
Así cantaba.
Imagen: Carel Fabritius, El
jilguero, 1654.
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