Ayer
Ayer fue miércoles toda la
mañana.
Por la tarde cambió:
se puso casi lunes,
la tristeza invadió los
corazones
y hubo un claro
movimiento de pánico hacia
los
tranvías
que llevan los bañistas
hasta el río.
A eso de las siete cruzó el cielo
una lenta avioneta, y ni los
niños
la miraron.
Se desató
el frío,
alguien salió a la calle con
sombrero,
ayer, y todo el día
fue igual,
ya veis,
qué divertido.
ayer y siempre ayer y así
hasta ahora,
continuamente andando por
las calles
gente desconocida,
o bien dentro de casa
merendando
pan y café con leche, ¡qué
alegría!
La noche vino pronto y se
encendieron
amarillos y cálidos faroles,
y nadie pudo
impedir que al final
amaneciese
el día de hoy,
tan parecido
pero
¡tan diferente en luces y en
aroma!
Por eso mismo,
porque es como os digo,
dejadme que os hable
de ayer, una vez más
de ayer: el día
incomparable que ya nadie
nunca
volverá a ver jamás sobre la
tierra.
Imagen: Niklaus Stoecklin, Au
soldes des trois soeurs, 1930.